La Revolución mexicana inició en el año de 1910 con el levantamiento armado de Francisco I. Madero, quien estaba en contra de las constantes reelecciones de Porfirio Díaz, que llevaba casi treinta años en el poder. En este periodo de la historia de México, conocido como el porfiriato, crecieron la industria, el comercio, la agricultura y las comunicaciones del país, pero también la pobreza, el despojo de tierras a los campesinos, la explotación de los obreros y la represión a las libertades de los hombres y mujeres de esa época.

Desde el comienzo de la Revolución, los ferrocarriles se convirtieron en uno de los principales protagonistas de la lucha armada. Las locomotoras se utilizaron como armas de guerra y los vagones se convirtieron en oficinas, viviendas y hospitales. El uso militar de los trenes fue crucial, pues eliminó las extenuantes caminatas que debilitaban a los combatientes antes de los enfrentamientos, pero el que los ferrocarriles fueran tan útiles también ocasionó que trenes, vías y estaciones se convirtieran en objetivos de diversos atentados. Entre los más comunes estaban los asaltos, los descarrilamientos, los impactos de las llamadas “máquinas locas” y la destrucción de vías o puentes con el fin de impedir el paso del enemigo. Estas acciones propiciaron una enorme crisis en el transporte de pasajeros, además de desabasto de víveres a las grandes ciudades, entre ellas la de México.